María Isabel Hernández, Directora del Colegio Tomás Moro de San Miguel durante los últimos 6 años. Profesora General Básica, Magíster en Currículum y Evaluación, y Postítulo en Lenguaje para Segundo Ciclo. Con una dilatada experiencia de 14 años en la Sociedad de Instrucción Primaria, en la Patagonia Chilena, como Jefa de DAEM, en la Corporación Municipal de La Florida, en Cerro Navia y en la Isla de Pascua, es voz autorizada para conversar con pedagogías.cl, del exitoso proyecto educativo que lidera.
¿Qué visión tiene usted de lo que debiera ser un buen Proyecto Educativo?
El proyecto educativo es la ruta en que tienen que confluir todos los elementos que tú quieres resaltar o relevar. Para mí el proyecto educativo tiene mucho que ver con la inclusión, porque si no está orientado a la inclusión, sea esta pedagógica, académica, de raza, de cultura, de religión o de ideología, no funciona, porque simplemente el fin de la educación es formar ciudadanos para la vida. Cuando tú trabajas sin mirar la inclusión como herramienta importante y necesaria para el buen desarrollo futuro de las personas, te transformas en un catedrático, en un colegio academicista, que lo único que sabe es llenar de conocimientos que, claro, sirven, pero que no te van a servir para la vida cotidiana.
¿El proyecto educativo que usted dirige, está en la línea que plantea?
Claro, nuestro proyecto educativo tiene un perfil de alumno, un estudiante que tenga valores porque los trabajamos fuertemente. Un alumno que tenga capacidad de aceptar al otro como un igual y que por supuesto tenga un desarrollo en su conducta de salida para el ingreso a la educación superior. Somos un colegio que trabajamos fuertemente en la inclusión, desde el respeto, porque la inclusión es mucho más amplia que tener en el colegio a niños con algún trastorno del aprendizaje.
¿Cómo lidió con la pandemia el proyecto educativo del Colegio Tomás Moro?
La pandemia para todos los establecimientos educacionales provocó un tema importante en esto, porque las familias tuvieron que encerrarse y nosotros no somos un colegio grande. Además, estamos situados en un contexto de vulnerabilidad, porque generalmente nuestros papás, nuestros apoderados, son primera generación de profesionales universitarios en su familia y, por lo tanto, esperan lo mismo para sus hijos. Fue complejo en el sentido de que, muchas familias perdieron sus fuentes de ingreso y tuvimos que enfrentarnos a muchas pérdidas familiares, que implicaron duelos no resueltos porque los primeros fallecidos por el COVID no podían ser velados ni las familias ir a despedirse. Eso nos pasó no con una o dos, sino que con muchas familias y obviamente afecta a los niños.
¿Cómo y con qué herramientas trabajaron esta afectación de los niños en el escenario de encierro y distancia?
Nosotros nunca perdimos el contacto con nuestros estudiantes durante los dos años que los colegios tuvieron que permanecer cerrados. Instalamos un sistema de clases online que fue muy exitoso, pero también teníamos un sistema de clases menos formal para aquellos estudiantes que no tenían acceso a la tecnología, que no tenían computador, que no tenían Internet. Tratamos de abarcar a todos nuestros estudiantes, haciendo seguimiento de cada uno de ellos. Cuando se nos perdían por un tiempo, averiguábamos qué estaba pasando con ellos. Tratamos que no se nos desgranara nuestra comunidad educativa y lo logramos, porque tenemos un equipo de convivencia escolar muy potente y muy bien afiatado, muy comprometido.
¿Y cómo enfrentó este equipo el gran desafío de volver a la presencialidad y seguir plasmando el proyecto educativo? Con todas las problemáticas que esto conlleva en el caso de los niños
El Mineduc hizo una marcha blanca en un principio que dejó la asistencia como no obligatoria. Por lo tanto, los colegios nos vimos prácticamente en la obligación de hacer clases híbridas, tener clases para aquellos papás que no querían mandar a sus hijos por el temor natural todavía del contagio y hacer clases para los papás que sí mandaban a sus hijos. Cuando en el año 2021 se abren las puertas para todos los estudiantes y la asistencia pasó a ser obligatoria, nos vimos enfrentados a esta problemática desde varios focos. En primer lugar, prácticamente la desescolarización de los estudiantes más pequeños a quienes la pandemia encontró en pre kínder e ingresaron a clases en primero básico. Peor aún, los que estaban en clases en primero básico y que se reintegraron en tercero básico.
¿Qué fue lo más difícil, lo que más puso a prueba el proyecto educativo en esta nueva era post pandemia y hasta hoy?
Lo más grave fue esto de no verse, no juntarse. Se olvidaron de sociabilizar y los problemas de convivencia entre ellos fueron creciendo. Teníamos alumnos dañados por todo lo dicho antes, entonces el colegio, su sitio seguro, ya no lo era. Pero nuestro equipo de convivencia escolar, compuesto por uno por dos psicólogas, un asistente social, el encargado de convivencia escolar y dos mediadoras, que es una figura bien innovadora que tenemos nosotros en nuestro colegio, hizo que lo pudiéramos sobrellevar. No fue fácil el primer año claramente, porque a esto hay que sumarle el estrés, la presión y esta ansiedad que tenían los apoderados por saber qué estaba pasando dentro del colegio. Somos un colegio que tiene muy buenos hábitos conductuales, también nuestros estudiantes. Entonces, eso fue muy sano ¿Tuvimos conflictos? Sí, muchos, los estudiantes estaban emocionalmente muy dañados. Tuvimos que reconstruir y enseñarles cómo hacerlo después de esto. Lo conseguimos gracias a todo esto que es nuestro proyecto educativo. Todos somos importantes, todos merecemos contención y todos tenemos que estar acá.
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